Santa Josefina Vannini no encontró su camino y el rostro de Cristo en una lectura, interpretación o iluminación personal del Evangelio. Tuvo necesidad de la mediación del Padre Luis Tezza, que le transmitió el ideal de San Camilo de Lelis, que había creado una “nueva escuela de caridad”.
Toda su ciencia y experiencia espirituales se condensan en dos verbos: amar y servir. Amar a Cristo en el hombre enfermo y doliente; servir sin descanso, hasta entregar la propia vida, mediante la práctica de las obras corporales y espirituales de misericordia a los hombres llagados en el cuerpo y heridos en el alma para que un día lleguen a las manos del Padre, “que transfigurará este miserable cuerpo nuestro en un cuerpo glorioso como el suyo” (Cfr. Tit 2,13; Flp 3,21; «Constituciones de las Hijas de San Camilo, n. 75»).
Respecto del enfermo, la intuición fundamental que animó a la Madre Josefina y que alienta hoy a las Hijas de San Camilo son las palabras de Jesús: “Estaba enfermo y me visitasteis. Cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis” (Mt 25, 36.40). Estas palabras del Señor convierten a los enfermos en Cristo mismo y son, por tanto, sus “señores y dueños”, “pupila y corazón de Dios”. En los que sufren, les habla de una manera particular el Señor. Miran a Cristo, Buen Samaritano, y escuchan su invitación: “Vete y haz tú lo mismo”.
El enfermo, y todo su entorno, es para Las Hijas de San Camilo un sacramento.
En este servicio hay otra referencia importante: la de María. Ella se presenta como modelo de empatía y sostiene con su amor maternal en el servicio al enfermo.